Por una gestión de los bosques canarios que cuide la recuperación de su biodiversidad

Hoy, 21 de marzo, es el Día Internacional de los Bosques, una celebración que nos recuerda la importancia fundamental de los bosques y la necesidad de su protección y restauración.

Originalmente, los bosques canarios se localizaban en las áreas que recibían suficiente precipitación como para sustentar árboles, generalmente a partir de 250 mm al año. A grandes rasgos, estaban conformados por diferentes formaciones dispuestas en bandas altitudinales. En el primer escalón, situado por encima de los matorrales de tabaibas y cardones, se instalaban formaciones abiertas y de escasa estatura de sabinas, acebuches, almácigos a las que en las islas orientales se añadía el lentisco. También los palmares, preferentemente situados en las partes bajas de los barrancos, formaban parte de este tipo de bosque. En su conjunto los denominamos bosques termoesclerófilos, que guardan un estrecho parentesco con algunos de los tipos de bosques existentes en la cuenca mediterránea. Estas formaciones daban paso en la vertiente norte de las islas occidentales, en áreas afectadas por el mar de nubes y con precipitaciones superiores a los 500 mm anuales, a los exuberantes bosques de laurisilva, descendientes de los bosques húmedos que proliferaron en la cuenca mediterránea hace varios millones de años y que se extinguieron como consecuencia de los drásticos cambios climáticos que desembocaron en las últimas glaciaciones. En las islas occidentales, por encima de los bosques termoesclerófilos en las vertientes sur, o por encima de los bosques de laurisilva, en las vertientes que miran al norte, se emplazaban los pinares de pino canario. Estos bosques ancestrales albergaban una profusa y diversa variedad de plantas y animales difícil de imaginar hoy en día.

Desde la llegada del ser humano a las islas, los bosques canarios sufrieron un enorme retroceso en su extensión y  calidad que ha supuesto, entre otros, un ingente deterioro de los suelos, reducción de su capacidad para captar, retener y producir agua, así como algo que queremos destacar especialmente, por el olvido en que se encuentra, y que son las enormes pérdidas sufridas en su magnífica biodiversidad endémica, exclusiva de las Islas. Las principales causas de esta regresión fueron su transformación en tierras agrícolas y de pasto, la sobreexplotación para abastecer el consumo de madera y leña así como el pastoreo y los incendios intensos y repetidos. Todo ello ha reducido o eliminado  muchísimas especies, vaciando los bosques de su riqueza original, relegando una parte muy significativa de sus tesoros vegetales a los riscos más inaccesibles.  

A partir de mediados del siglo XX, los bosques canarios inician un importante proceso de recuperación debido a varios factores: reducción de la presión humana como consecuencia de la sustitución de la leña por los combustibles fósiles y el suministro de madera procedente de ultramar así como el inicio de un largo e intenso proceso de abandono de terrenos agrícolas y ganaderos, derivado de un cambio de modelo económico orientado al sector servicios. Liberadas amplias extensiones del territorio de la presión humana  se inicia un proceso de recolonización y recuperación espontánea del arbolado. A esto hay que añadir, sobre todo la realización de grandes plantaciones forestales, principalmente entre mediados de los años 40 y 70 del pasado siglo que consiguieron reverdecer amplios sectores de las islas de Tenerife y Gran Canaria.  En su mayor parte fueron repoblaciones con pino canario pero también incluyeron amplias extensiones de pinos foráneos que se han convertido en un grave problema ambiental.

En la actualidad, la superficie cubierta con arbolado en Canarias apenas llega a un 18% de su superficie, por lo que la  continuidad en la recuperación de sus bosques debe convertirse en una prioridad mucho mayor de lo que es en la actualidad. Aunque existen grandes diferencias entre islas y tipos de bosques, cabe resaltar que los bosques termoesclerófilos son los peor conservados y ocupan una extensión ínfima de su superficie original. La laurisilva que ha pasado de menos del 20 % de su superficie potencial a más de un 30%, presenta escasas áreas con bosques antiguos bien conservados, siendo la mayor parte de sus manifestaciones formaciones jóvenes de escaso desarrollo y reducida biodiversidad. En cuanto al pinar, si bien ha conseguido alcanzar el 70 % de su superficie original, la mayor parte de sus manifestaciones presentan una escasísima biodiversidad.

A pesar del reciente avance de nuestros bosques, un común denominador  sigue siendo la empobrecida biodiversidad que presentan respecto a su potencialidad, algo especialmente acusado en el caso de la mayor parte de los pinares en los que el suelo aparece apenas cubierto por pinocha. Este estancamiento o ralentización en la progresión de la biodiversidad de nuestros bosques obedece  a diferentes causas. Una parte importante de las especies que han quedado relegadas a los riscos tienen baja capacidad de dispersión, y sus poblaciones son tan reducidas que su propagación es muy lenta. Además la proliferación de herbívoros, incluido el conejo, permanentemente al acecho, se encarga de comerse casi todo atisbo de regeneración, impidiendo o retrasando su propagación. También los intensos y repetidos incendios hacen retroceder los avances. A pesar de esta cruda realidad, la percepción general sobre nuestra naturaleza que tiene la sociedad  no alcanza a ver que la mayor parte de nuestra biodiversidad continúa estando ausente de la mayor parte del territorio. Seguimos dando por buenos los paisajes empobrecidos que hemos heredado. De la enorme cantidad de especies de plantas catalogadas como protegidas, tan solo unas pocas son apenas gestionadas para evitar su extinción y casi ninguna para recuperar su funcionalidad en los ecosistemas. Por otro lado, la gestión forestal tradicionalmente se ha centrado casi de forma exclusiva en la silvicultura del arbolado,  que si bien es muy importante, tiende a olvidar que los bosques son comunidades en las que intervienen muchas otras especies que aportan diversidad, alimento y cobijo para multitud de formas de vida. Cierto es que entre los objetivos declarados de las administraciones que gestionan nuestros bosques está la mejora de la biodiversidad pero ésta muy raramente se practica.

Atender la recuperación de la biodiversidad de nuestros bosques no debe concebirse como una distracción respecto a otros objetivos más visibles como la lucha contra los incendios, el aumento de la superficie forestal o la mitigación de los preocupantes efectos del cambio climático en que estamos inmersos. Reivindicamos aquí que la mejora de la biodiversidad de nuestros bosques debe dejar de ser apenas un apéndice irrelevante y convertirse en el eje vertebrador de su gestión.

Ángel Benito Fernández López

Exdirector Conservador del Parque Nacional de Garajonay

Miembro de la Asociación para la Conservación

de la Biodiversidad Canaria (ACBC)

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